Personajes de nuestra cultura

Cécica es culpable de moldear un personaje maravilloso

Yo sabía que algo estaba ocurriendo en el escenario con aquella mujer que vi aparecer con un tono de voz potente, mostrándonos una construcción única, retadora, imponente, «bien puesta» y luciendo más, que el rojo incandescente de sus posteriores reclamos de personaje. 

Sabía, pero no recordaba que lo primero que supe de Cécica Bernasconi fue esto: Cécica Bernasconi presenta creaciones en cerámica y lana: el impacto de sus manos en el espacio, gracias a sus creaciones. Y por eso es que no pude evitar verla modelarse como si estuviese fluyendo con la música a alto volumen, pero esta vez en un taller distinto: el escenario teatral.

La culpabilidad de Cécica sobre las tablas

Yo soy un despistado —y quien no me crea, que me compre, como decía mi abuela—, pero cuando tengo que decir algo con claridad, me tomo el tiempo y lanzo el dardo: Cécica es culpable. Y aquí —aunque fiscal no soy— presento mi alegato:

Algunos antecedentes interesantes de la juris-coincidencia.

Mi gran amigo José Japa, es el primer anotado por «asociación cultural para difundir», culpable por presentarme las notas de su periodismo cultural al que «intoxico» con mi lado promocional de marketero vehemente. Más le agradezco porque me presenta grandes exponentes de la cultura viva del Perú, y si bien andamos mucho más sobre el teatro, nunca faltan la música y otras artes como la escultura (que me encanta) y forma parte de estos antecedentes.

Gracias a él llegué a la exposición de Cécica que he referido. Junto a mi pequeño hijo (que hoy ya casi me alcanza en estatura) fuimos a ver sus creaciones y recuerdo -quizá como una de sus habituales premoniciones de niño- que él me preguntó si acaso la artista podría hacer que sus creaciones «se movieran».

Cuando te enfrentas a algo que te gustó tanto como la presentación de «Juicio a una Zorra», y quieres escribir sobre ese momento, puedes pecar de adulador o de inexactitud, pero este detalle me hizo sentido, me conectó con el camino que estaba buscando y lo hizo por descubrimiento: miré hacia atrás de una forma consciente, porque hay coincidencias que se preparan en el tiempo y son ley. Entonces aparecieron las imágenes: Taller, movimiento, espacio, escultura, conexión, energía, postura, fuerza, escena y ahora: teatro y un juicio.

No sé ustedes, pero hay trayectorias que, aunque nutridas por una herencia potente —como la de un padre poderoso también en su propio estilo y forma— se redefinen en escena con una voz propia, transformadora y aniquilante. Aquella media tarde, sobre los cubos blancos de su exposición de formas espléndidas, ya intuíamos una identidad en construcción en un escenario diferente. Hoy, en el Perú, somos testigos del lujo escénico que Cécica ha edificado por derecho propio en las tablas.

Los elementos probatorios

El tiempo ha sido el detective que con paciencia ha reunido cada una de las «oportunidades-prueba», como la anécdota del estreno, cuando Cécica nos refiere los 10 años, de esta obra en sus manos, gracias a su esposo (asumo principal insistente y cómplice de la consecuencia). Una vez leí -maravillado- que todos somos un plazo de eventos concatenados haciendo cada hoy interconectado, y en medio de mi historia particular, también le encuentro sentido a lo especial que fue ver todo lo que ocurrió y saber que sigue ocurriendo en el Teatro De Lucía, durante algunas pocas funciones más. 

¡Tenemos testigos, móviles, más cómplices y más pruebas!

Como seres humanos, poseemos, diversos modos de percibir el espacio y hacer de él algo tan complejo y sorprendente como el arte en cualquiera de sus formas (menos las transparentes, esas no son arte).

Y es que llenar de majestuosidad lo físico, gracias a la energía del espíritu, es un deleite de sentidos que cuando se impone en el escenario, sin responsabilidad alguna, por supuesto que merece Juicio y acusación directa – diría yo- 😉 Sobre todo en ese otro mundo – el del teatro- que aparece tras «levantarse el telón», y nos aleja de tanto y nos acerca redescubriéndonos tramo a tramo, donde todo vibra, gracias al actor. 

El hecho ocurrido a través de la interpretación de Cécica en su hogar teatral, en Miraflores, transformó la noche de un estreno fantástico, con la sorpresa de una premeditación calculada, en un espacio tétrada de construcción artística: reuniendo al espectador, al guion, su actuación y una magistral dirección.

  • En el primer elemento -consecuente- se sentía la respiración contenida de muchos (que no pude evitar sobrepasar con la mirada hacia atrás y hacia arriba) al reconocernos testigos de algo sobre lo cual el cerebro nos dice – estás viendo genialidad pura- y los ojos nos impiden perder el ritmo, doblegados ante un poderoso monólogo.
  • En el segundo plano, la belleza, el movimiento de caderas, cuerpo, manos, brazos, cabellos, botas, faldas, rodillas, correas y sudores (así en plural) de una mujer como Helena de Troya, representada en sus estadías dolorosas desde pequeña hasta mujer, gracias a un texto que le contorsiona al ritmo del vejamen, allí donde Miguel del Arco, – el dramaturgo reivindicador- nos ilustra y permite volver a reconocer la atrocidad histórica —especialmente cometida por los hombres—
  • Mientras en el tercer nivel, el que detona toda la experiencia, la domina con precisión y firmeza, y nos hace sentir vino, botella, mesa, piso y hasta micrófono, se eleva el quorum que nos interrelaciona con precisión segundo tras segundo donde Cécica, expone todo el delito, interpretando aquella sublevación perfecta, casi celestial, como si el deseo mismo hubiera conspirado con los dioses.
  • Y para completar aquella tétrada la dirección de María Dodera, nada sencilla de describir. Dicen que cuando la dirección pasa desapercibida es porque fue sublime, perfecta: tan precisa que no pide protagonismo. ¿Y entonces dónde burbujea su manejo? En los retos que la actriz convirtió en logros. Y quizá no lleguemos a conocerlos todos.

Al menos en este juicio de cronista atrevido, Cécica no se irá sola tras las rejas del recuerdo teatral más sublime del Perú.

Soy un testigo cronista acusador.

Yo lo único que tengo claro y pienso con reverencia, es que Cécica es culpable en una forma paralela cuasi cuántica de frenar la realidad para invitarnos a su taller creativo en escena, en vivo y en directo para rediseñar la admiración por partida doble: a una mujer histórica, encarnada por una mujer presente.

Espero que mi prosa no sea exagerada, cause un cauce de problemas de entendimiento o su juego, a la luz del título de la obra, exagere el impacto que me ha causado esta presentación llena de fuerza, tan necesaria para nuestro tiempo actual, y tan acusadora, poética y constructora de un antes y un después, nada típico.

Yo solo he querido colocar una especie de arcilla mental sobre aquella máquina -sin saber cómo se llama- y que desde muy pequeño quiero tener algún día en casa, para si quiera intentar sentir en modo colmena como nos reinó la abeja reina, una noche de teatro inolvidable. 

Espero que lleves protección emocional para sentarte en esa futura butaca porque Cécica no solo interpretó, nos esculpió desde el escenario como solo ella sabe hacerlo. Que no se diga que no fuimos advertidos.

Colofón de Escenas prodigiosas

  • Cuando toma el micrófono para cantar hablando o hablar cantando, con ese tono lento que arrastra significados.
  • Cuando confiesa su amor por París, con la voz cargada de una mezcla indescriptible de cólera, nostalgia, pasión y una lujuria vulnerable.
  • Con cada sorbo de vino-valor, veía a Helena de Troya encarnarse en escena: fue fuerte, impactante, angelical y demoníaca.

Sergio González Marín
Cronista ArtesUnidas.com

 

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