El camino rebelde que quería andar sin caminante

I. Había una vez un camino que quería levantarse y caminar por sí mismo

Una noche despertó y sintió un desplazar sinuoso,
dolorido y reservado,
un golpe seco,
permanente y presuntuoso,
imposible de entender, 
era el primer caminante,
descolgado de los árboles, intentando traspasarle. 

Sintió sobre sus trochas primigenias,
la memoria en el tejido,
jinete sarcástico,
equivocación clarísima,
evolución constante,
despida bajo riesgo,
de un lado al otro de sí mismo,
entercado en el intento,
como su par, un socio,
un hermano o de pronto,
como un igual.

Más el susodicho,
jamás se detuvo,
y se fue a evolucionar.

II. Empecinado en el encuentro

Pensó y pensó, meditó profundamente y entendió el inconveniente: las raíces de los árboles que antes que él, ya vivían allí, le jugaron la confusión, aunque entendible, gestionó los trámites y después de muchos años, los árboles se inhibieron, sus raíces, cansadas, en algunos casos murieron, en otros, olvidaron cómo conversar.

En todo ese tiempo, el camino fue prefijo y sufijo de calendarios apocalípticos, de historias, inundaciones y de abismos antes del gran silencio. Sí, el gran silencio desde que los hombres de las estrellas, les pidieron silencio, luego de sembrar al hombre en la tierra.

Entendido su rol, recordando su intención, entendió que todo se resolvería, dejando que ese hombre representante, llegara para encontrarle, y así lo hizo.

Una mañana, tras una espera de catorce meses, sintió detenerse dos piernas juveniles, hastiadas y confundidas y tras percibir su aroma de libertad, extrajo de sus ropajes la condena de la ley de los hombres, para mostrarle sus intenciones.

Entonces le dijo al caminante: ¿O vuelas, o descansas? ¿O dejas atrás o te aferras a la culpa? ¡Esas son tus opciones! Más si, decides ayudarme, te ofrezco ser testigo manantial, heredero cronista de mi rebeldía.

Y entendiendo ambos, que necesitaban alejarse uno de ser el hombre en el que se había convertido y el otro, del hedor de tan solo haberle permitido el trote a todos sin más, optaron por acceder y cambiar.

El camino se levantó convertido en una enorme roca volcánica incapaz de crear tinieblas, majestuoso y erudito.

III. Convencidos de la confianza

Cambiaron sus horizontes y fueron más felices, ligeros, menos previsibles y más sinceros, el uno con el otro.

Trataron de resguardar todos los recuerdos de quienes allí habían dejado sus pisadas, pero fue imposible porque los cuentos cambiaron, arriba se hizo abajo, lo oscuro luz y el ruido silencio y el camino, que ya era roca sólida, emigró hacia la ingenua e incomprensible luz emocional, se hizo energía y tomó sólo, la forma de un ave.

Hecho esto, el hombre, cambió sus ropajes, enumeró la ciencia, combinó la luna con el sol y encontrado y resuelto el aparente desorden, dejó que el olvido se esfumara, para permitir que ambos, el camino y él, se integraron cada uno con su par espiritual en una sola dimensión.

Entonces, se tornó innecesario mirar la duplicidad, buscando alcanzar la unidad.

Ahora mirarse desde dentro o por fuera, transformado en el mismo delirio, en el mismo exquisito disfrute emocional, se había convertido en la Plaza de la vinculación, a donde todos llegaron a descansar, para siempre.

Abandonado el todo, creada la nada verdadera, «colorín colorado», dejó por fin de trabajar.

El camino rebelde que quería andar sin caminante
Escrito por: Sergio González

artesunidas

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