Mi vieja amiga del centro

Como puede ser que luego de ver «9 Reinas», a pocos meses, en el centro de Lima, una desconocida se te acerque contándote que le va bien y que hace tiempo que no te veía y que es «mi vieja amiga del centro».

«Toda ella» feliz y emocionada, tanto, que te convence de detener el paso acelerado que nos mueve por las calles viejas de la ciudad, en un día de oficina, también ajetreado.

Luego de una conversa de un minuto riéndose contigo, te comienza a contar como su hermana «La Pochita», y su hermano «Rafo el casado» murieron. 

Honestamente, te sientes súper apenado, pero no sabes por qué te avergüenza por dentro no recordar quién es. Ese compromiso de seguir allí, sin moverse, porque no sabes qué decirte a ti mismo, para encontrar las palabras correctas. Porque tú y yo, sabemos que en ese instante, duelen las pérdidas, y será su pérdida, pero te duelen también, las que acumulaste.

De pronto: ¡Te abraza! ¡Llora! ¡Te conmueves! Y detienes por un instante la duda, porque es una mujer que te está moviendo la tristeza. Y sin duda, le has venido preguntando a cada instante sobre quién es, y hasta la recuerdas de a pocos, como en recuerdos muy fugaces que te hacen sentir más culpable que nunca. Y claro, tú eres de los que detestan las reuniones en casa con la familia aquella que no ves.

Aunque valgan verdades, no terminas a tiempo la pregunta porque tu mente se distrae. No, no se distrae: En realidad has intentado preguntar todas las veces sobre de dónde la conoces, y ella sólo dice: !De ahí pues! e inmediatamente como vuelo de abeja laboriosa, te pregunta de todo, se preocupa por tu vida -te va sacando «cosas»- y las completa y por supuesto: ¡Tú ni cuenta!… ¡Todo fluye!

¡Y de la pena pasas a la sonrisa, y de la risa a la alegría ilimitada! ¡Y le cuentas hasta cosas como cuando tu madre eligió los calzoncillos en la tienda por departamentos delante de la vendedora que estaba como para convertirse en tu esposa! – ¡Pero nadie puede contra tanta intimidad en un primer encuentro!- y entonces tu mente te alerta, de algún modo.

Pero estás bien aceitado, en la plenitud de la total confianza y emocionado por ser un «¡ser humano de la puta madre! -por favor perdónenme la emoción descontrolada-, me refiero a que esta mujer, te habla del robo que sufrió. Y hasta allí, tus dudas se convierten en un arranque «billeterísimo», pero contenido: ¿A que tú querías escuchar más? ¿Viste lo que logras por curioso exagerado?

Sí. Siempre hay un robo que la dejó al borde del colapso nervioso y casi en un pie con «una mano delante y otra atrás», y que gracias a los amigos que ha conocido en la vida… (¡Oh sorpresa!) ¡Amigo así igualitos como tú! Ha podido salir adelante…

Entonces llega el momento de la estratagema o de la conexión con tus indulgencias, no lo sé, pero me queda claro que allí donde se pone a prueba la capacidad lúdica del embuste, el hecho de haberse contenido para «madurar» el ataque subyacente, cuenta y bastante.

Y te mira con cara de «carnerito degollado en su propia versión» y piensas en si es «carnerito o carnerita» porque hasta en esas te tiene difuminado, y tiene como sesenta y tantos – calculo- y te saca a flote, en la «piel emocional», todo lo que piensas sobre la tercera edad, sobre todo porque parece de 40 y tiene un escote, digamos, interesante (y tú estás contenido también, como para describir el efecto del movimiento en el cuento que has estado escuchando)…

«¡Tu abuela te quería tanto hijo!» se atreve a decir y entonces, abres los ojos lo más que puedes, porque en este punto, o el nudo se vuelve a atar o se desata. No sabes cómo confundirte más porque la miras y hasta sientes que tiene razón, que se parece mucho a la mejor amiga de tu abuela y hasta te acuerdas de todo lo que sentías, el mismo día, en que se fue.

¡Han pasado tantos años! ¡Y felizmente nos encontramos justo hoy! … para que puedas ayudarme… porque así es como actúa el destino, y no sé si tu creas en este tipo de cosas, pero déjame decirte que… ¡Pero si tú tienes la palabra exacta! ¡Y se la dices para completar la oración» … le dices: ¡Es Dios actuando, por supuesto!

Y casi como «quien no quiere la cosa», te mira, mira hacia tu billetera, te toma las manos en silencio y con tristeza y no puedes dejar de pensar en ayudarla… 

¿Y cuánto tengo yo en la billetera? ¿100 soles tenía? ¿Será mucho? ¿Serán poco para esta mujer que «de cajón» debo haberla conocido? ¿No? ¡Y todo esto ocurre mientras la miras demás! Y los pensamientos van y vienen…

De pronto te acuerdas de tus necesidades pero también de ayudarle y piensas claramente: ¡50 serán suficientes! ¿Tendrá vuelto?

Se te pasan por la mente 10,000 preguntas, pero en ese momento levantas la mirada… y con tu lado «idiota» que a veces te condena, le dices: 

– ¡Me he divertido tanto sabe usted! ¡Pero no tengo plata señora! ¡Quizá más allá puede agarrar a otro con el cuento! ¿Si?

Y te duele tanto, que estás a segundos de arrepentirte y empiezas a decirle… ¡Perdóneme! y entonces: 

– ¡Idiota! – Te dice, como cuando escuchas un incontrastable sonido mágico de aquellos que caen precisos y preciosos para romper la magia, que de magia, nada tenía.

Y bueno, nada. Lo primero que hice caminando hacia la esquina, fue revisar mi billetera para ver que eran 100 junto a otros 20 y moneditas escondidas.

100 soles que tenía que depositárselos junto con esos 20 a alguien al que le debía dinero.

¡Con lo que cuesta pagar deudas!

¡Pero qué tal motivación! … ¡Me fui contento! ¡Hoy mi estupidez me salvó la tarde! ¿O habrá sido que… que sí… la conocía?

 

«Mi vieja amiga del centro»

Escrito por: Sergio González

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